Como otros jóvenes de su generación, Ernst Toller (Samotschin, Polonia, 1893 - Nueva York, 1939) se vio encandilado por una fugaz euforia nacionalista que le llevó a enrolarse en el ejército y participar en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, la experiencia de la guerra lo convirtió en un ferviente pacifista y en un socialista revolucionario.
Al final de la contienda participó en la revolución alemana de 1918 que dio paso a la República de los Consejos de Baviera, donde llegó a ocupar la presidencia. Derrotada la revolución, Toller pasó cinco años en prisión, hasta junio de 1924. Algunas de sus obras de teatro más relevantes fueron escritas en este periodo. Una vez libre, prosiguió con éxito su carrera de dramaturgo y colaboró con Erwin Piscator.
La victoria de Hitler en las elecciones y el ascenso del nazismo le obligaron a exiliarse en Inglaterra, primero, y en EE. UU., después. A partir de ese momento consagró su vida a la lucha contra el fascismo y a la causa de la humanidad.
En 1938 viajó a España. Impresionado por las condiciones de vida en la zona republicana («Nunca olvidaré los rostros de aquellos depauperados niños españoles», confesó a su amigo Hermann Kesten), fundó el Spanish Relief Plan para canalizar la ayuda a los hijos de los combatientes republicanos. Toller dedicó al Plan todos sus recursos económicos y sus energías. Sin embargo, el imparable avance del fascismo en Europa —que tuvo en la derrota de la República española uno de sus momentos clave— supuso para Toller un golpe irreparable; poco después de la entrada de las tropas de Franco en Barcelona, el 22 de mayo de 1939, se suicidó en un hotel de Nueva York.