Alexandre M. Jacob ha sido, hasta la fecha, uno de los más célebres bandidos anarquistas de todos los tiempos. Sus peripecias vitales han dejado necesariamente una poderosa huella: la red de «robo científico» que tejió junto a sus compañeros ha servido de inspiración en más de una ocasión a la literatura —los casos más sonados son Arsenio Lupin y El ladrón de Georges Darien—, y su actitud ha influido en la forma de actuar de diferentes generaciones de rebeldes sociales desde entonces hasta nuestros días.
Los textos que en este libro aparecen recogidos, escritos todos con posterioridad a su detención, nos dan una visión clara de la clase de hombre que era y de los motivos que impulsaban su actividad. Sus explicaciones, como sus actos, son de una claridad meridiana: nada mejor que sus propias palabras para apartar de nuestra vista la cortina de humo que convierte la actividad de un hombre consecuente en un personaje mitológico.
Estos escritos —narraciones, cartas y declaraciones—, seleccionados tras el importante trabajo de recopilación de los textos de Jacob que realizó la editorial francesa L’Insomniaque, van desde la época dorada de «Los trabajadores de la noche» hasta su puesta en libertad tras una larga estancia en el presidio de las Islas del Diablo. Con la excepción de «Por qué he robado», todos ellos estaban inéditos en castellano.
[...] Antes que verme enclaustrado en una fábrica, como en una cárcel, antes que mendigar aquello a lo que tengo derecho, he preferido sublevarme y combatir metro a metro a mis enemigos, haciendo la guerra a los ricos, atacando sus bienes. Cierto, puedo concebir que ustedes habrían preferido que yo me sometiera a sus leyes; que, como obrero dócil y acobardado, hubiera creado riquezas a cambio de un salario irrisorio y, cuando mi cuerpo estuviese gastado y mi cerebro embrutecido, me hubiera ido a morir a una esquina de la calle. Entonces no me llamarían «bandido cínico», sino «honrado trabajador». Valiéndose de la adulación, ustedes me habrían otorgado incluso una medalla al trabajo. Los curas prometen un paraíso a sus estafados; ustedes son menos abstractos y por eso ofrecen un trozo de papel mojado. Les agradezco mucho tanta bondad y tanta gratitud, señores. Prefiero ser un cínico consciente de sus derechos que un autómata o una estatua. [...]