Si el romanticismo, como movimiento histórico, nace entre otras cosas como fuerza de rechazo contra el mundo creado por la revolución industrial, Shelley será sin duda el ejemplo más logrado de este ímpetu romántico de reconstrucción de la sensibilidad y la vida humana más allá de las coordenadas del capitalismo. El ateísmo, la organización de la lucha política, el vegetarianismo, la no-violencia, el amor libre o la condena de la pena de muerte son algunos de los postulados que Shelley, adelantándose brillantemente a su tiempo, defendió durante toda su corta pero intensa vida. Y sobre todos ellos, como fuerza primordial, ese aliento utópico que, como el famoso viento del oeste, desordena el presente y lo dirige hacia un futuro diferente.
Según uno de sus biógrafos, «durante un siglo, una gran parte de la popularidad de Shelley estuvo indudablemente basada en el escamoteo del Shelley real». La presente edición, a cargo de Julio Monteverde, ofrece una amplia selección de sus textos de combate, la mayoría de ellos traducidos por primera vez al castellano, y muestra lo esencial de la propuesta política de Shelley para situarlo con todo derecho en el terreno de los grandes precursores de una actitud poética y política nueva.
[...] ¿Qué son los reyes? Veo a la temblorosa multitud,
Escucho el eco de sus serviles clamores extendiéndose,
Mientras el despiadado opresor se muestra complacido.
Pero la sonrisa de un Monarca es como el sol de abril.
Los reyes no son más que polvo. Un solo día bastará
Para destronarlos y arrebatarles su poder;
Para arrancar el cetro de su mano, Y el acero ensangrentado del puño del guerrero. [...]
(Fragmentos póstumos de Margaret Nicholson)[...] Pero el hombre ha matado a la Libertad, y mientras la vida se escapa por su herida, la simpatía que promueve una desgracia universal desciende a las cabezas y los corazones de todo ser humano. Cadenas más pesadas que el hierro caen sobre nosotros, pues sujetan nuestras almas. Nos movemos en una prisión más pestilente que cualquier húmeda y estrecha celda, pues tiene por suelo la misma tierra y por techo el cielo. Dejadnos seguir el cadáver de la Libertad Inglesa lenta y reverencialmente hasta su tumba; y si algún glorioso Fantasma apareciera, y construyera su trono con espadas rotas, cetros y coronas reales arrojadas al fango, dejadnos proclamar que el Espíritu de la Libertad se ha alzado de su tumba y ha dejado atrás todo lo que era grosero y mortal. Nosotros nos postraremos ante ella y la reverenciaremos como nuestra reina. [...]
(Aviso al pueblo sobre la muerte de la princesa Charlotte)