El movimiento luddita (1811-1817) intentó resistirse con vigor a la introducción del maquinismo en la industria textil inglesa y condujo al reino desunido al borde de la insurrección. A lo largo del relato de estos hechos, en ocasiones picarescos, se perfila el nacimiento del capitalismo dominante, que configura las formas modernas de la alienación. Vemos aquí cómo las sociedades secretas obreras conspiran contra una burguesía manufacturera en pleno ascenso, pero también contra una aristocracia declinante que aún es dueña de las armas y de las leyes, y que está dispuesta a servirse de ellas contra los pobres. Superando los puntos de vista sesgados sobre los destructores de máquinas —bien sea vilipendiándolos por pasadistas o exaltándolos como precursores—, este relato, salpicado de numerosos documentos, explora la universalidad y la actualidad de esta sublevación primeriza contra el régimen salarial.
[...] Presentado a menudo como un arrebato de tecnofobia corporativa y como el canto del cisne de los «arcaísmos» precapitalistas —un último combate, rústico y pintoresco—, el movimiento luddita se le revela al estudioso como una reacción de defensa comunitaria emprendida por gente cuya actividad había sido «mecanizada» hacía largo tiempo, lo cual relativiza considerablemente el rechazo de la máquina en cuanto tal que ha querido verse en él a posteriori. Esta resistencia a la industrialización bajo la égida del capital inaugura una larga serie de reacciones similares frente a la rentabilización salvaje y la disolución del vínculo social, de la cual se pueden constatar múltiples episodios por todo el mundo incluso en nuestros días. Se trata sin duda de un conflicto entre dos culturas, entre dos mundos: el de una actividad relativamente libre, aunque bajo la protección ciertamente apremiante de la costumbre; y el de la esclavitud asalariada, basada en el chantaje permanente del despido y, en términos más generales, en la extrema precariedad de las condiciones de existencia. [...]
[...] Antes que como ingeniosos útiles que sirven para hilar la fibra, tejer las telas o tundir los paños, las máquinas son percibidas tanto por los obreros como por los patrones como instrumentos de la dominación y la heteronomía; o dicho de otro modo, como máquinas para quebrar la voluntad, ahogar el espíritu, aniquilar los placeres y suprimir la libertad. Es pues natural que la resistencia a la introducción del sistema fabril coincida con el rechazo del maquinismo. [...]