Durante la tarde del 26 de mayo de 1828, en la localidad alemana de Núremberg, apareció, sin que nadie supiera nada de su procedencia o paradero, un adolescente con una carta en la mano. En ella, un desconocido solicitaba que se hicieran cargo del muchacho y lo incluyeran en un regimiento de caballería. Ante las preguntas de los que rápidamente se congregaron a su alrededor, su única respuesta fue: «Quiero ser jinete como lo fue mi padre».
Así dio comienzo la historia de Kaspar Hauser, una historia cuya rareza y singularidad han hecho que casi doscientos años más tarde continúe martilleando en la conciencia de Europa. Y es que pronto se descubrió que aquel adolescente había pasado toda su infancia encerrado en una habitación oscura y sin ninguna relación con el mundo exterior. A pesar de ello, parecía estar en contacto con una inocencia primordial sobre el mundo y con algunos «poderes» que poco a poco fue perdiendo con su progresiva entrada en el mundo civilizado.
Su historia recorrió toda Europa, llamando la atención de los más variopintos personajes, y acabó trágicamente cuando, sin que se sepa a ciencia cierta el autor ni la razón, fue asesinado vilmente el 14 de diciembre de 1833. Desde entonces las especulaciones sobre su origen y el significado real de su leyenda no han dejado de sucederse. El relato de su vida influyó poderosamente en la generación de románticos alemanes de la época y fue recogido posteriormente por poetas como Paul Verlaine o Georges Trakl, novelistas como Octave Aubry o Jacob Wassermann, cineastas como Werner Herzog o Peter Sehr, dramaturgos como Peter Handke o músicos como Suzanne Vega.
La presente edición, preparada y traducida por Ariel Magnus, recoge el más famoso de los libros escritos sobre el caso: el de Anselm von Feuerbach, que fue su principal benefactor. A modo de notas se añaden también algunos tramos de los Apuntes sobre Kaspar Hauser de Georg Friedrich Daumer, el primer y más entusiasta tutor de Hauser. También se incluye un resumen de la crónica del día de su muerte redactada por su profesor de religión; el informe del médico que hizo la autopsia de su cuerpo; y el primer esbozo que el propio Hauser realizó de su autobiografía. Finalmente, la edición incluye un epílogo a cargo de Julio Monteverde.
[...] Una historia no perdura entre otras simplemente por que sí. Lo hace porque coincide de alguna manera con la estructura profunda del espíritu humano y porque en ella podemos encontrar una verdad que reconocemos y que nos sirve para entender el mundo o para entendernos a nosotros mismos. […] Porque quizá, más allá de que fuera un triste caso de niño abandonado, su universalidad, y con ella su poder, siempre ha residido en el hecho de que su historia despierta una empatía primaria que en ocasiones puede llegar a ser muy virulenta, […] la posibilidad de entender el mundo por nuestros propios medios, de avanzar por la vía que nuestros ojos de niño nos mostraban [...]. Del epílogo de Julio Monteverde
[...] Cada movimiento que percibía en el objeto que fuera lo tomaba como voluntario y a la cosa en que se manifestaba, como viva. Una hoja de papel que el viento soplaba hacia arriba se había escapado de la mesa; un carrito para bebés que venía rodando desde una elevación se estaba dando el gusto de lanzarse en bajada. El árbol le comunicaba que estaba vivo al mover sus ramas y hojas, y hablaba cuando el viento soplaba entre ellas [...].