Colgaron a un elefante en Tennessee por matar a un pelirrojo. Le marcaron la jeta a Capone. Jack destripó a una ramera. Paco el Muelas le vendió a un primo un tranvía. Asaetaron a san Sebastián. Mataron al Jaro, que solo tenía un cojón. Al general Galtieri le salió corta la meada. Le hicieron un cuplé a un legionario. William Burroughs le voló la cabeza a su mujer. Norman Mailer acuchilló a la suya. Le dieron lo suyo a Rodney King; le zurraron los pasmas durante ochenta segundos y se volvió loca la jungla. El Lobo Feroz servía de garrafón. El Bizco del Borge miraba torcido y disparaba derecho. Lincharon a dos desgraciados en San José y se forraron los tasqueros. Se cargaron al Ringo en un burdel de Nevada; andaba guapeando a una coja. Perpetuaron el revés de Billy el Niño. En la calle de la Princesa vivía una vieja marquesa. La Dulce Neus enseñó las peras en el Interviú. El general Millán Astray era desmontable. Estamparon camisetas con la cara del caníbal y les pusimos nombres a los monstruos.
Siguiendo los pasos de aquellos ciegos que contaban crímenes en las plazas de pueblos y ciudades, pero con los ojos más abiertos y con mucha más documentación, Martín olmos nos narra con detalle crímenes y criminales, conformando con esta galería todo un compendio del mal en estado puro.
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[Premio literario Bodegas Olarra & Café Bretón de Logroño 2014]
[Premio Rodolfo Walsh a la mejor obra no ficción se la Semana Negra de Gijón 2015]
[Premio Euskadi de Literatura 2015]
[…] El hombre lleva asesinando a sus semejantes desde que descubrió que una piedra es más dura que una cabeza, pero generalmente necesita un motivo, que o lo tiene o se lo inventa. La razón de matar es grandilocuente en los magnicidios, quizás altruista, pero normalmente es codiciosa y se viene matando frecuentemente por quitarle al otro lo que tiene y, puestos a buscar causas, David Berkowitz decía que asesinaba porque se lo mandaba el perro de su vecino, que era el diablo Belcebú. Se mata por amor y por desamor, por celos o por un calentón de pitarra, se mata por una idea que normalmente no merece la pena y se mata porque uno siempre tiene la razón; y por un millón lo mismo que por una perra gorda, por la linde de la huerta, por el honor, por presumir de macho delante de la novia y por hambre. Pero no se mata por nada como no se sale a la calle una noche de diluvio si no se tiene que ir a por pitillos. Ni se mata por juego, que para eso se inventaron los árabes el ajedrez. […]
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Se ha dicho:
«Escrito en negro fue todo un viaje, un regusto de prosa, una aventura de perversidades».—Darío Jaramillo.
«Nos encontramos ante uno de los mejores trabajos literarios y de investigación que circulan en el mercado y, además, muy divertido».— Alejandro M. Gallo, ‘La Nueva España’.
«La obra de Olmos enlaza con una tradición que mezcla la justeza maniaca de Edgar Allan Poe con el gusto por lo macabro de los reportajes periodísticos del crimen de la calle Fuencarral».— Juan Ángel Juristo, ‘ABC’.
«En sus crónicas negras, Martín Olmos brilla como Umbral y mira como Baroja».— Pablo Martínez Zarracina.
«Si eres de los que subrayan o ponen marquitas de colores a las frases más destacables, con este libro vas a gastar montones de lápices o de marcadores. Yo desistí, de hecho, porque habría terminado remarcando cada uno de los capítulos».— Marta Marne, ‘Leer Sin Prisa’.
«Con un inigualable estilo rebosante de recursos literarios, una pluma incisiva y una ironía tan burlesca y afinada como la guadaña de la respetable muerte, el autor no deja en ningún momento apartado el sentido del humor en esta obra indispensable, a medio camino entre la sátira y el serial radiofónico».— Rocío Martínez, ‘La Huella Digital’.
«El personal estilo de barroquismo entre lo culto y lo lumpen de Olmos y lo que cuenta, esas historias al límite de piltrafas del arroyo, juguetes rotos o psicópatas con tanto sentido de la empatía como un tiburón, me han recordado la ya lejanísima lectura del periódico de sucesos y crónica negra “El Caso”».— Juan Bas.