«La obra de Rocker es extraordinariamente instructiva y testimonia una rara originalidad de espíritu. Incontables hechos y relaciones se han expuesto en ella de una manera completamente nueva y persuasiva».—Albert Einstein.
«La obra de Rocker supone una contribución fundamental a la filosofía política, tanto por su análisis profundo y amplio de muchos autores famosos como por su brillante crítica a la idolatría del Estado, la superstición más difundida y funesta de nuestro tiempo».—Bertrand Russell.
Escritas casi a la par que su obra más importante, Nacionalismo y cultura —y complementarias a esta—, las gemas que componen este libro, publicadas en la prensa anarquista de principios del siglo xx a ambos lados del Atlántico, son —todavía hoy— de una clarividencia asombrosa para diseccionar el nacionalismo, el fascismo y el culto a la religión del Estado.
[...] Igual que en la religión el creyente trata de salvar su alma, sin preocuparse mayormente por la salvación de la de su vecino, en la vida cívica, el ciudadano común trata de amoldarse al Estado lo mejor que puede sin preocuparse de lo que piensen sus semejantes al respecto. El Estado en un principio mina los sentimientos de solidaridad del hombre, invadiendo la vida social y encauzando toda actividad mediante normas aprobadas oficialmente. Cuanto más se infiltra un gobierno en la vida de sus ciudadanos, menos atiende a sus necesidades y derechos; cuanto más anula el sentimiento de solidaridad, más fácil le resulta disgregar los distintos elementos constituyentes de la sociedad y convertirlos en dóciles instrumentos de la maquinaria política. [...] La producción moderna, con su división científica del trabajo, la racionalización y la disciplina de cuartel, respaldada por el embrutecimiento sistemático que llaman educación, es síntoma de una condición enfermiza que deberíamos considerar detenidamente. El nacionalismo moderno, enemigo declarado de la libertad y, por lo tanto, militarista, es uno de los factores que convierten al hombre en un autómata físico y mental. Y no es exagerado afirmar que, si no reaccionamos enérgicamente ante el peligro, puede conducirnos a la destrucción de la civilización. Todavía estamos a tiempo, pues afortunadamente la humanidad posee la suficiente vitalidad y energía creadora para rechazar ese trágico desarrollo. [...]